Dirigir empresa es dirigir personas, y significa dirigirlas hacia un futuro que la mayor parte de las veces está rodeado de incertidumbre porque no tenemos garantizados los resultados, porque ponemos en juego nuestro patrimonio: recursos, talento, tiempo, etc. y no sabemos si esos plantes que nos hemos trazado se convertirán en realidad.

Dirigir personas requiere contar con su voluntad, convencerlos de que el futuro que buscamos y los esfuerzos que implica vale la pena. De que es mejor el equipo para llegar más lejos que la soledad para llegar más rápido, porque lo importante es el destino elegido, aunque cuesta un poco más.

Dirigir es elegir un futuro y poner los medios para lograrlo, por lo tanto, esa definición implica la convicción de que es el “mejor futuro posible” y que más vale ponerse metas grandes, aunque el resultado se quede corto, que ponerse metas mediocres y alcanzarlas, como se lo decía mi querido Profesor Carlos Llano.

Hoy no faltan los futuristas, los recopiladores de tendencias que nos dicen hacia dónde se moverá el mundo, pero después de algunos fracasos a cuestas, ya sabes que no todas las tendencias se aplican a ti y a tu negocio, te servirán de inspiración, pero el arte está en descubrir cuáles te aplican y cuáles no.

Dirigir para muchos se ha convertido en un ejercicio de seguir modas, de leerse el último éxito del management como receta de autoayuda para usar las últimas tendencias. Los que han pasado de ser fans de la mejora continua, la calidad total, las reingenierías, la digitalización y ahora de la inteligencia artificial. Si por lo menos profundizaran un poco más, pero en realidad lo único que saben de ello, es lo que escucharon en el podcast semanal de su gurú de turno.

Dirigir implica decidir por uno mismo, escuchando las opiniones, los comentarios, las recomendaciones, los aprendizajes, las experiencias, pero al final, hay que enfrentarse siempre, siempre, con la decisión y asumir todas las consecuencias que se vengan como resultado. No hay nada más complejo y satisfactorio que construir el propio futuro. Ese futuro es lo verdaderamente importante y ahí se orientarán toda la administración e innovación que sean necesarias.

Dirigir implica soledad, porque hay decisiones que no las puedes compartir. Esas reflexiones que las haces contigo mismo y que te las tienes que tragar y sufrir para valorar si las puedes o no abrir con los demás, porque no todos son capaces de mantener la serenidad con el tamaño de los retos y porque no están preparados para esa conversación.

Para muchos dirigir es una meta, pero cuando tienes esa responsabilidad te das cuenta de que no es un punto de llegada sino un punto de partida, donde aprendes hasta que tienes la responsabilidad encima. Aunque te hayas preparado para hacerlo, nunca lo entiendes hasta que estás ahí, porque el peso solo se entiende cuando lo cargas, no cuando te lo explican. Es aspiracional, pero implica un precio que no todos están dispuestos a pagar.

Dirigir demanda conocimiento, pero, más importante aún, exige madurez. Reconocer nuestras limitaciones, entender nuestras debilidades y buscar ayuda cuando es necesario son signos de liderazgo sólido. No hay momento ideal para asumir responsabilidades; la madurez radica en abrazarlas en cualquier circunstancia.

Dirigir implica asumir las consecuencias del resultado del equipo, para bien y para mal. Así como también repartir las responsabilidades, porque los triunfos y fracasos son del colectivo, pero en muchos casos tienen nombre y apellido. Premiar, castigar, impulsar, serán las herramientas para gestionar y provocar comportamientos.

Al final dirigir implica decidir, a que clientes nos vamos a dirigir, que les vamos a ofrecer, que nos va a diferenciar de los competidores, dónde vamos a invertir la agenda y el presupuesto, definir nuestras metas, elegir al equipo con el que lo vamos a lograr y ponernos una forma concreta de medir si vamos avanzando con el objetivo o no.

Y dentro de todas estas decisiones trascendentes, tal vez la más difícil es definir con quienes recorreremos esta ruta porque las dificultades no faltaran. Necesitamos apoyarnos en personas talentosas y comprometidas que nos recuerden que ni las victorias ni las derrotas son para siempre, que nos hagan ver con claridad y con cariño cuando nos desviamos del camino, cuando no somos congruentes con lo que hemos elegido. La buena elección del equipo será la base para lograr o no lo que nos hemos propuesto.

Jorge Peralta

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